—Tengo
miedo, mami.
—¿Puedo contarte un cuento?
El pequeño asintió mientras se acurrucaba junto al cuerpo de
la madre.
—Había una vez —comenzó— un joven que caminaba por una calle,
cuando de repente, descubrió que había una roca en medio del camino.
Durante un instante, observó cómo reaccionaba el resto de la
gente cuando llegaban a ella y se sorprendió al ver que nadie hacía nada por
quitarla, al contrario, la rodeaban, incluso la saltaban a pesar de lo grande
que era, y continuaban su camino como si nadie la viera. Era como si no
estuviera allí.
Pero sí estaba y de hecho llevaba mucho tiempo en aquel lugar,
aunque hasta ahora, el joven, no se había dado cuenta de lo grande y pesada que
era.
Y entonces resolvió que la quitaría de allí. Primero empujó
con todas sus fuerzas, al ver que no lo conseguía buscó un palo fuerte y
apoyándolo sobre otra roca hizo palanca, pero la piedra no se movía ni un
ápice. Era demasiado grande, demasiado pesada y demasiado dolorosa para un solo
individuo.
Cuando estaba a punto de tirar la toalla, decidió buscar a
las personas en las que él confiaba, aquellas que habían estado toda la vida
junto a él, y les contó el problema.
Sus amigos y familiares, en cuanto tuvieron conocimiento, se
unieron a él para ayudarle a solucionarlo cuanto antes y entre todos se dispusieron
a expulsar a la gran roca. Unos empujaban, otros hacían palanca… hasta que
después de un tiempo, la gran roca comenzó a moverse y pudieron retirarla del
camino.
Todos saltaron de alegría pues unidos habían conseguido
eliminar el problema.
—¿Soy yo la roca, mami? —interrumpió.
—No, cariño. Tú eres el valiente joven que buscó ayuda. Pues
gracias a eso consiguió solucionar el problema.
Delma T. Martín
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