Por suerte la carretera
estaba bastante tranquila esa mañana y tardaron poco en llegar, aun así, el
chico de la inmobiliaria ya les estaba esperando junto a la verja de la casa.
Desde la valla se veía
una señorial mansión que se levantaba como queriendo tocar al mismo cielo, imponente,
grandiosa, con grandes muros de piedra, inmensos ventanales y árboles enormes
que la rodeaban dándole un aspecto algo lúgubre.
Tras las debidas
presentaciones, Sara, le preguntó lo que tanto ansiaba saber:
— Perdona pero tengo
que preguntarlo, ¿El precio que viene en el anuncio es un fallo verdad? Porque
si la casa es la que estoy viendo desde aquí dudo muchísimo que valga tan
barata.
— El precio que viene
en el periódico está bien, la casa es así de barata porque tiene un pequeño
inconveniente.
— ¿Y por qué no me ha
comentado este pequeño problema, antes de hacernos venir? ¿Qué le pasa a la
casa, está en ruinas, no tiene papeles, qué?
— No, no, nada de eso—
el muchacho se encontraba un poco violento, es normal que los clientes se
molesten por no saber de antemano el hándicap de la casa, pero es norma de la
empresa no decir nunca nada desfavorable hasta tener a los futuros compradores
delante, de esa manera hay más opciones de venta. — Tanto la estructura de la
casa como el tema burocrático están en perfectas condiciones, pero si me lo
permiten les cuento cual es esa minucia.
— ¡¡Adelante!!— dijeron
Sara y Roberto al unísono.
— La casa tiene más de
seiscientos metros cuadrados sin contar los jardines y terrazas. Se encuentra
en muy buen estado como comprobarán en un momento. Pero la dueña de la casa
cree que se ha quedado demasiado grande para ella y su doncella, son dos
señoras muy ancianas, si no me equivoco la señora tiene unos ochenta y tres
años y la ama de llaves unos sesenta y nueve más o menos. El inconveniente es
que esta señora pone la casa en venta a este precio tan rebajado, con la
condición que las dejen vivir en ella hasta el fin de sus días. Son personas
mayores, se sienten solas, y sus últimos días les gustaría que fueran
acompañados de una pareja como vosotros, sentirse arropada como en una familia…
Roberto, que hasta
entonces se había, mantenido al margen, se acercó a la verja mirando hacia la
casa, luego se volvió hacia Sara y tras ver en su rostro vacilación, la cogió
de la mano y le señaló la casa — ¿Te gusta?— Sara asintió con la cabeza — pues
vamos a entrar, vemos la casa, conocemos a sus ocupantes y luego en casa nos lo
pensamos tranquilamente, no tenemos ninguna obligación de contestar ahora.
Si había algo que le
encantaba de su marido, era la serenidad que siempre le transmitía, para él
cualquier problema tenía solución.
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