El cangrejo Torpín



Había una vez un cangrejito, que escondido entre las rocas de una pequeña bahía, disfrutaba con sus hermanos, mientras aprovechaban los últimos rayitos de sol que se colaban entre los huecos de las piedras. Reían y jugaban con las olas del mar, que los lanzaba hacia la orilla para luego recogerlos y volverlos a lanzar.

Su familia lo llamaba, cariñosamente, Torpín, porque nació con una patita torcida y a causa de ello, siempre andaba golpeándose con las ramas y los guijarros, y ni un solo día se libraba de enredarse con las redes de los pescadores que se rompían y llegaban hasta la orilla. Pero aquello no le entristecía pues era el cangrejo más alegre y optimista del mundo y siempre sonreía.

Cuando se daba un golpe decía:

— ¡Uy, que golpe más tonto! Rodearé la ramita y lo volveré a intentar.

Y con paciencia y esfuerzo conseguía siempre solucionar el problema.
Una mañana soleada, una gaviota que descansaba sobre el agua, observaba desde lejos al pequeño cangrejito que esta vez, se había enganchado con una sucia bolsa de plástico y se esforzaba por quitársela de su patita. Divertida, la gaviota, decidió acercarse a ayudar al pequeño cangrejo.

Sin embargo, Torpín, se asustó al ver a ese pájaro tan grande que se acercaba hacia él y comenzó a correr como loco intentando llegar a algún lugar seguro donde esconderse. Pero ni su patita torcida, ni aquella bolsa, le dejaban, haciéndole tropezar y caer una y otra vez.

Cuando comprendió que no podría escapar de aquella enorme ave, se acurrucó tapándose la cabeza con sus pincitas y esperó a que se lo comieran.
La gaviota al ver a Torpín corriendo en círculos y tropezando sin parar, comprendió que lo que le ocurría es que tenía mucho miedo de ella e intentó tranquilizarla.

—No tengas miedo cangrejito —le dijo sonriendo—. No voy a hacerte daño
Pero Torpín continuaba sin moverse, sólo sus pincitas repiqueteaban a causa del temblor.

—Pequeño, deja de temblar. No tengo la menor intención de comerte —le dijo el ave para calmarlo—. Mi nombre es Pata Chula. Me encontraba descansando en el mar cuando me fijé que tienes un problema en una de tus patitas, y me gustaría poder ayudarte, si tú quieres claro.

Torpín comenzó a levantar su cabeza y a mirar de reojo a la enorme gaviota.

— ¿Y por qué debería confiar en ti? —preguntó desconfiado.

—Porque si te fijas bien, verás que yo también tengo un defecto en una de mis patas. Sé perfectamente por lo que estás pasando y me gustaría mucho poder ayudarte a solucionarlo —decía con una gran sonrisa.

—Pero tú no tienes problemas para andar.

— Ahora ya no, pero cuando era pequeño como tú, no podía caminar. Si te fijas bien en mi patita, veras que me falta un trocito en una de ellas y eso, no sólo me impedía caminar, sino también volar. Cuando intentaba alzar el vuelo, siempre terminaba tropezando con mis propias patas y cayendo de cabeza al suelo, lo que provocaba las risas y burlas de los demás. Por eso quise demostrarles que aunque me costara un poquito más que al resto, conseguiría realizar mi gran sueño, que era volar.
Y no sólo lo conseguí sino que si tú me dejas, también conseguiremos que dejes de tropezar y caerte. Y quién sabe, a lo mejor hasta conseguimos que andes como el resto de tus compañeros, de lado —Torpín escuchaba a la gaviota casi hipnotizado, pues por primera vez en su vida, alguien le decía que, con un poco de esfuerzo podría conseguir lo que tanto tiempo llevaba soñando.

— ¿Entonces qué me dices? ¿Lo intentamos?

Y desde aquel día, Torpín hizo todo lo que su nuevo amigo Pata Chula le decía y aunque no fue fácil, tras unos meses de duro trabajo, consiguió andar como los demás. Y no sólo eso, sino que también podía correr y jugar con sus compañeros junto a la orilla, mientras su enorme amigo lo observaba desde el mar.

Desde entonces, Torpín y Pata Chula son grandes amigos. Y el cangrejito se ha convertido en el primer crustáceo que vuela montado a lomos de una blanca y radiante gaviota.

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