Pintando aquellos extraños
bisontes, observé mi mano trabajar, guiada por una fuerza invisible, que me
mostraban un mundo largo tiempo desaparecido. Animales que vivieron
con
nuestros antepasados, que marcaron una época; quedando grabados en las paredes
de cuevas y rocas por los siglos de los siglos.
Mis dedos guiaban el pincel con tanta destreza y maestría que temí, que
si parpadeaba un instante, aparecería en aquel mundo.
Entonces aparté el pincel y con dedos temblorosos rocé la piel del
animal. Su pelo era áspero y grueso. El bisonte me miró, mugió y se marchó al
galope, dejando un triste y vacío cuadro, un triste y vacío paisaje.
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