El Peñón de los Enamorados

Foto realizada por mi hija Marta




Resguardada del sol abrasador bajo una sombrilla en la terraza de una cafetería, se encontraba ella.
Ensimismada observaba la magnífica montaña que enmarcaba el paisaje. Una muy particular con cabeza de mujer, testigo mudo y cómplice de una maravillosa historia de amor. El Peñón de los Enamorados.
Los caprichos del destino la habían llevado a aquel rincón de Málaga, Antequera, y la magia habían obrado el resto.
En la mano izquierda portaba una libreta y en la derecha una pluma que se deslizaba sobre el papel como llevada por una fuerza extraña que la obligaba a escribir sin pausa. Y con esa habilidad que solo la fascinación puede dar dibujaba con palabras cada pico, ladera, árbol o valle para, a continuación, relatar la maravillosa historia de amor entre un cristiano y una princesa árabe.

 La cual, y desde mi humilde posición de espectador, os iré relatando mientras intento adentrarme en ese milimétrico espacio entre la pluma y el papel donde el alma queda plasmado en tinta.

En aquellos tumultuosos años en que las tropas cristianas luchaban por hacerse con el gobierno de Medina Anteqira, actual Antequera, y puerta de entrada al Reino Nazarí de Granada, un soldado cristiano, de nombre Tello, cayó prisionero en una localidad próxima.
Tagzona, hija de un mandatario moro de la localidad, bajó por curiosidad a los calabozos donde se encontraba el cristiano.
Una simple mirada fue suficiente para despertar las llamas del amor entre los dos jóvenes que desde aquel momento se convirtieron en un solo corazón.
Desde aquel momento la princesa descendió cada día a las mazmorras, con distintas excusas, para poder ver a su amado y juntos urdir un plan para escapar pues ambos sabían que no podrían consumar su amor en aquellas tierras donde el odio imperaba sobre el amor.
Pronto consiguieron su propósito de fuga pero el padre de ella, creyéndola secuestrada por aquel cristiano, mandó a sus soldados para matarlo.
En su huida se toparon con el ejército cristiano que se preparaba para conquistar Medina Antaquira.
Acorralados por ambos lados y con pocas posibilidades de salir juntos y con vida de allí decidieron subir hasta la cima de la peña. Desde allí y sin otra escapatoria, acorralados e indefensos, se miraron a los ojos y comprendiendo que aquella era la única manera de impedir de que los separaran se cogieron de las manos y tras un dulce y último beso saltaron al vacío, sellando así su amor para toda la eternidad.

De repente comenzó a llover interrumpiendo la concentración de la escritora y todo el mundo corrió a ponerse bajo techo. La joven recogió sus útiles y se dispuso a cobijarse cuando una fuerza desconocida le impidió llevarse el escrito. Durante unos segundos se asustó pero de repente comprendió que era el alma de los enamorados o quizá de la propia montaña que no querían marchar de allí. Aquel había sido durante siglos su hogar y si ella se llevaba el manuscrito, se llevaría una parte de aquella historia de amor con ella.

Sin moverse, con el agua empapándole el cabello y las gotas deslizándose por la cara y mezclándose con sus lágrimas, supo lo que debía hacer y arrancando las hojas de la libreta, las dejó sobre la mesa y se alejó de allí. Pero antes de marcharse para siempre giró una última vez la cabeza y comprobó que mientras las gotas emborronaban las letras, un pequeño rayo de sol comenzó a asomar entre las nubes que se disipaban rápidamente, creando un magnífico arcoíris. Allí, entre los colores del mundo, apareció una pareja que la joven supo reconocer enseguida.

Tagzona y Tello, agarrados de la mano, le sonrieron agradecidos y ella, devolviéndoles el saludo se marchó extrañamente relajada y feliz.

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