Érase una vez una
princesa llamada Aurora, a la que todos conocían como la bella durmiente, que
una tarde de finales de verano despertó. Llevaba miles de siglos durmiendo. Una reina
malvada había echado un hechizo en el que al cumplir dieciséis años se
pincharía el dedo con una rueca cayendo en un profundo sueño. Todo el reino fue
víctima de ese malvado hechizo quedando congelado en el tiempo mientras el
resto del mundo evolucionaba hasta llegar a nuestros días.
Tras
despertar en aquella extraña época, los reyes mandaron a las tres
hadas buenas a investigar sobre el nuevo mundo mientras el reino celebraba una
gran fiesta de retorno. Al finalizar esta, las hadas pidieron audiencia con los
reyes. Más allá del reino, había todo un nuevo mundo repleto de seres con
extrañas vestimentas y normas desconocidas para ellos. Las hadas explicaron
todo cuando habían averiguado y al final añadieron:
—Todas
las leyes han cambiado pero hay una en especial que incumbe directamente a la
princesa. Debe ir a la escuela.
—¿Y
qué es eso?
—Es
un centro donde todos los jóvenes van a estudiar y a aprender.
A
Aurora le fascinó aquella idea. Durante su vida no había
tenido la posibilidad de tener amigos de su edad. Siempre había estudiado sola
en aquella cabaña del bosque donde sus amigas las hadas la habían mantenido
oculta, por eso, la simple idea de conocer gente joven como ella, le producía
tal alegría que no pudo evitar ponerse a cantar.
A
la mañana
siguiente, Aurora eligió el mejor de sus vestidos, era de satén rosa con
pequeños adornos blancos en forma de volantes en los bajos y las mangas. La
zona del pecho discreto adornado con pequeñas perlas blancas que refulgían con
los reflejos del sol. Sobre su cabeza una hermosa tiara enmarcaba sus dorados
cabellos que caían cual cascadas sobre su espalda.
Estaba
preciosa, su arrebatadora belleza cortaba el aliento de todo aquel de su reino
que la veía pasar, sin embargo, no fue así cuando llegó a aquel edificio
al que llamaban instituto.
Los
jóvenes
al verla comenzaron a reírse. La señalaban por los pasillos e incluso alguno se
atrevió a empujarla.
Aurora
no entendía qué ocurría. Era cierto que su vestimenta distaba mucho de la
de los demás pero no veía justificación suficiente para aquel maltrato.
Los
días
que le siguieron no fueron mejor.
Aunque
se cuidó
mucho de no esmerarse tanto con su atuendo, continuaba llamando excesivamente
la atención, lo que seguía provocando las burlas. En clase nadie le hablaba,
cuchicheaban y bisbiseaban sobre ella, acompañando aquellas chanzas con grandes
carcajadas. Cada día le desaparecía parte del material. Llegaba a casa con sus
ropas manchadas, humillada y tremendamente triste, tanto, que ya no cantaba.
Primavera, el hada con quien más confianza tenía, le
cambió a Aurora toda la vestimenta a golpe de varita en cuanto se enteró de lo
que a su pequeña le estaba sucediendo, pero tampoco aquello solucionó nada y
las humillaciones continuaban creciendo con el pasar de los días.
Desesperada
reunió
a las tres hadas.
—No
quiero volver. Me tratan mal, se mofan de mí y me hacen daño.
—Pero
tienes que ir, querida. La ley así lo impone.
—¿Y
qué clase de ley es esa que obliga a un estudiante a seguir sufriendo?
Las
hadas no supieron contestar y agacharon la cabeza sintiéndose
culpables por no poder hacer nada al respecto.
—Quizá
haya una solución aunque no es seguro que funcione.
—¡Dímela,
haré lo que sea!
—Existe
un ser superior que tiene el poder de reescribir nuestras historias. Nuestro
futuro está en sus manos y depende de ellas lo que nos suceda.
—¿Dios?
—No
exactamente, su nombre es Escritora, aunque para nosotros quizá
sea lo más parecido. Es posible que si le cuentas lo que te ocurre pueda
ayudarte.
—¿Y
cómo podría ponerme en contacto con ella?
—Deberás
buscar un lugar donde nadie te moleste ni otras voces puedan distraerla, y desde
allí hablarle.
Y
así
lo hizo. Aurora subió a la torre más alta del castillo. Tan alta era que las
nubes formaban una suave y blanca alfombra bajo ella.
—¡Señora Escritora! —gritó—. Por favor, necesito su ayuda.
Nadie
contestaba.
—¡Señora Escritora! ¡Ayúdeme!
De
repente una voz emergió de lo más profundo del azul cielo.
—¿Hablas
conmigo? —preguntó.
—Mi
nombre es Aurora —añadió mientras asentía con la cabeza.
—Sé
quién eres, Aurora. Pero dime, ¿qué te aflige?
—En
la escuela me tratan mal. Los compañeros son crueles conmigo
y estoy sufriendo mucho. Si usted pudiera ayudarme, le estaría eternamente
agradecida. Ya no río, ni canto y la tristeza me acompaña allá donde voy. Mis
padres y mis tías, las hadas, están muy preocupados y sufren al verme pero
¿cómo puedo ser feliz si tengo tanto miedo?
—Está
bien, Aurora. Creo que puedo ayudarte. Conozco a dos seres mágicos que tienen
la solución. Hablaré con ellos y les pediré que hablen contigo. Verás como
pronto se soluciona.
Aurora
se despidió agradecida y corrió por las escaleras hacia la planta baja
donde esperaba su familia. Se sentía feliz, pronto aquella pesadilla
desaparecería y ya solo tendría que preocuparse de Maléfica, la bruja malvada y
de su rueca maldita.
Sin
embargo, pronto reparó que no había preguntado dónde o cuándo
vería a aquellos seres, lo que la sumió en una gran preocupación que no la dejó
dormir en toda la noche. A la mañana siguiente, cansada y asustada, regresó al
instituto. Al llegar descubrió con asombro que no había nadie en los pasillos.
¿Se le habría hecho tarde? Tenía la esperanza de que no fuese así pues no
quería llamar la atención más de lo que ya lo hacía. Aceleró el paso y en un
descuido entró sin llamar. Aquel despiste habría provocado las burlas cualquier
otro día pero no aquel. Nadie pareció darse cuenta de su llegada.
En lugar del profesor había dos personas a las que nunca había visto. ¿Serían los seres mágicos de los que le habían hablado? Todo el mundo escuchaba con atención. El hombre, de bigote prominente, hablaba con una voz relajada que transmitía serenidad y un toque hipnótico que mantenía a los alumnos callados y atentos.
En lugar del profesor había dos personas a las que nunca había visto. ¿Serían los seres mágicos de los que le habían hablado? Todo el mundo escuchaba con atención. El hombre, de bigote prominente, hablaba con una voz relajada que transmitía serenidad y un toque hipnótico que mantenía a los alumnos callados y atentos.
Aurora
estaba convencida de que se trataba de un mago. ¿Quizá amigo de Merlín?
La
mujer, con voz más enérgica pero igual de sugestiva,
explicaba aquellos comportamientos que estaban mal provocando reacciones de
arrepentimiento entre los compañeros de clase, y a la vez, creando la necesidad
de hacer el bien.
¿Cómo era aquello
posible? ¿Acaso era un hada? Y de ser así ¿Dónde escondía sus alas?
Pronto
se presentaron como Javier y Carmen. Explicaron cuán
grande era el dolor que provocaba el acoso y a continuación propusieron una
manera de erradicarlo entre todos. Se llamaba el programa TEI (Tutoría Entre
Iguales), tras explicarlo, Aurora sintió un cambio en el aula y descubrió que
el miedo que había sentido hasta aquel mismo momento, estaba desapareciendo
poco a poco. De repente una joven se acercó a ella.
—Siento
lo ocurrido, espero que puedas perdonarme.
Aurora
miró
a los magos sin poder creer lo que estaba sucediendo y estos le sonrieron
satisfechos.
Tras
la joven se acercó un chico y luego otro y otro más hasta
que toda la clase formó una fila de disculpa.
Agradecida
y emocionada, abrazó a la pareja. Aquellos seres mágicos
habían conseguido que volviera a tener ganas de reír y cantar.
Los
días
posteriores continuaron tranquilos e incluso pronto comenzó a tener amigos.
Algo que había echado en falta desde siempre, sin embargo, seguía habiendo algo
que la preocupaba y decidió regresar a lo alto de la torre.
—¡Señora Escritora! —volvió a llamar—. ¡Señora Escritora!
—¡Vaya,
Aurora! Me alegro de verte. ¿Va todo bien?
—Sí,
estupendamente. Quería agradecerle lo que ha hecho por mí, mas, hay algo que me
preocupa.
—Dime,
pequeña.
¿Qué es eso que no te deja disfrutar de tu nueva situación?
—Verá.
Yo he tenido la suerte de tenerla en mi vida pero no todos los niños pueden
acudir a usted. Entonces… ¿Cómo podrán ellos solucionar su problema si también
sufren acoso escolar?
—Eso
es fácil,
Aurora. Que busquen en internet la Asociación NACE (No al acoso escolar) y ahí
encontrarán la ayuda que necesitan.
—¿Así,
sin magia?
—La
magia está siempre en nuestro interior, solo hay que aprender a
encontrarla.
—Gracias,
señora Escritora.
—No
hay de qué, pequeña. Saluda a mi amiga Primavera y disfruta de la vida.
Aurora
continuó
viviendo feliz cada día y gracias a esa magia interior descubrió cuán valiente
había sido y dedicó su vida a enseñar a los que se creían débiles que ellos
también son ¡Valientes!
Y
colorín
colorado, el acoso se ha acabado.
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