Había una vez un mundo
donde la obscuridad lo absorbía todo, sin embargo, si fijabas la vista, podías
descubrir que entre toda esa opacidad emergían pequeñas luces titilantes que
luchaban por sobresalir a través de aquella sempiterna negrura. Eran invisibles para el mundo pero ostensibles para aquellos ojos que querían ver.
Una mañana apareció una
luciérnaga curiosa que se paseó por aquel tenebroso lugar, visitando uno a uno
cada brillo, cada luz y cada destello… y se sintió triste, pues acababa de
descubrir cuán especiales eran.
Durante
varios días anduvo de aquí para allá tratando de encontrar una solución a
aquella idea que rondaba por su pequeña cabeza: ¿Cómo conseguir que aquellos
resplandores se vieran más? Y, de repente, lo supo.
Feliz
viajó a todos los rincones y habló con todas las luces, por diminutas que
fueran. Si se unían conseguirían un resplandor tan refulgente que nadie escaparía
a aquella magia de luz y color.
Convencidas
por la idea una a una se fueron acercando entre sí ya que, a pesar de sus
diferencias, estaban dispuestas a intentarlo y mientras se aunaban la claridad
se hacía más y más fuerte con cada unión y pronto fue tan radiante la
iluminación que juntas consiguieron atravesar las tinieblas.
Desde
aquel día nunca más se sintieron solas y unidas comenzaron a dibujar un nuevo
amanecer.
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